Ex Voto
Ex Voto
Yo solo, conmigo y ante mí,
con mis alas plegadas
en el punto de máxima tensión
... y levedad del canto,
en la hora del susurro de cristal y el rezo,
declaro en este lugar
donde el aire es tibio y acerado,
y hay pájaros que cantan
y aromas vegetales
y frutos refulgentes,
mi retablo devoto de palabras,
el testimonio de mi agradecimiento
por una gran merced recibida,
ya que encontrándome yo
en gravísimo trance,
a punto de perder la sal,
la vida y los colores,
habiéndome quedado solo,
conmigo y ante mí,
más solo que Gregorio Samsa
en un paraje lunar o planetario,
tuve un encuentro cara a cara
con las sombras,
mis ojos, luciérnagas inmóviles
en medio de la noche,
piedras de carbón enrojecidas
en medio de la nada,
tropezaron con unos ojos descarnados
en cuyas aguas congeladas
la bailarina del pavor
oficiaba su ritual macabro
y prodigaba las ondas expansivas
de su danza,
vi entonces con inaudita claridad
cómo una bestia bufante
surgía de lo umbrío
y me empitonaba en el costado;
por el agujero de mi herida
manaba sin cesar una sustancia gris
que a su paso, todo desecaba
y todo convertía en un paisaje sonámbulo,
desteñido y aterrante...
en tal confusión metafísica
el ser tendía a disolverse
y a extraviarse,
a esparcir en el espacio sus fragmentos,
en la ruta perdida de una estrella...
y cuando estaba yo a punto de no ser
y sucumbir,
errante por el cosmos como un capullo de ceniza,
invoqué la poesía y su misterio,
sus plegarias y sus mantras,
invoqué la frescura de palabras
como ríos,
la marca de agua de las grafías triunfales
sobre la frente cristalina del verano,
el palimpsesto que atesora
las insignias sagradas de mi ángel tutelar,
aquel que se revela en una apoteósis
de aromas y de flores;
invoqué una luz dorada
a través de mi ventana,
el puño de sal de los poemas,
el puño de sol de las palabras,
la declinación del aire entre las piedras,
la conjugación del viento entre los pinos...
sentí, súbitamente,
la firmeza de un asidero en el abismo,
se suspendió la disolución del ser
y su caída,
me instalé en la heredad de las palabras
y el poema,
convalecí en un patio solariego,
recibí el abrazo multiplicado
de los poetas vivos y los muertos,
asistí a la fiesta de las rimas y el asombro,
a la parusía triunfal del encarnado verbo.
He vuelto a casa, me dije,
y me senté a un suntuoso banquete
con los míos.
Yo solo, conmigo y ante mí,
con mis alas plegadas
en el punto de máxima tensión
... y levedad del canto,
en la hora del susurro de cristal y el rezo,
declaro en este lugar
donde el aire es tibio y acerado,
y hay pájaros que cantan
y aromas vegetales
y frutos refulgentes,
mi retablo devoto de palabras,
el testimonio de mi agradecimiento
por una gran merced recibida,
ya que encontrándome yo
en gravísimo trance,
a punto de perder la sal,
la vida y los colores,
habiéndome quedado solo,
conmigo y ante mí,
más solo que Gregorio Samsa
en un paraje lunar o planetario,
tuve un encuentro cara a cara
con las sombras,
mis ojos, luciérnagas inmóviles
en medio de la noche,
piedras de carbón enrojecidas
en medio de la nada,
tropezaron con unos ojos descarnados
en cuyas aguas congeladas
la bailarina del pavor
oficiaba su ritual macabro
y prodigaba las ondas expansivas
de su danza,
vi entonces con inaudita claridad
cómo una bestia bufante
surgía de lo umbrío
y me empitonaba en el costado;
por el agujero de mi herida
manaba sin cesar una sustancia gris
que a su paso, todo desecaba
y todo convertía en un paisaje sonámbulo,
desteñido y aterrante...
en tal confusión metafísica
el ser tendía a disolverse
y a extraviarse,
a esparcir en el espacio sus fragmentos,
en la ruta perdida de una estrella...
y cuando estaba yo a punto de no ser
y sucumbir,
errante por el cosmos como un capullo de ceniza,
invoqué la poesía y su misterio,
sus plegarias y sus mantras,
invoqué la frescura de palabras
como ríos,
la marca de agua de las grafías triunfales
sobre la frente cristalina del verano,
el palimpsesto que atesora
las insignias sagradas de mi ángel tutelar,
aquel que se revela en una apoteósis
de aromas y de flores;
invoqué una luz dorada
a través de mi ventana,
el puño de sal de los poemas,
el puño de sol de las palabras,
la declinación del aire entre las piedras,
la conjugación del viento entre los pinos...
sentí, súbitamente,
la firmeza de un asidero en el abismo,
se suspendió la disolución del ser
y su caída,
me instalé en la heredad de las palabras
y el poema,
convalecí en un patio solariego,
recibí el abrazo multiplicado
de los poetas vivos y los muertos,
asistí a la fiesta de las rimas y el asombro,
a la parusía triunfal del encarnado verbo.
He vuelto a casa, me dije,
y me senté a un suntuoso banquete
con los míos.
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